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Me perdí en lo que perdí

Hay una emoción que te acompaña como fiel amiga  cuando alguien muy querido por vos ya no está. Cuando te sentís que ya no sos parte, cuando te sentís defraudado, desengañado, dañado, distanciado, desilusionado, separado o apenado. Cuando perdés las esperanzas o no lográs tu objetivo. Ella es la tristeza, una de las emociones básicas cuya función primaria es la de colaborar con tu supervivencia, siendo una respuesta adaptativa para que puedas transitar el proceso de pérdida.

Así como te puede pasar que su presencia a veces te sea incómoda, por lo que quieras sacártela de encima lo más rápido posible, evadiéndote, evitándola, en otras ocasiones, te es lo suficientemente cómoda como para abrazarla y no dejarla ir… Por eso, es primordial que aprendas que la solución más saludable es precisamente aceptar el dolor, enfrentarlo y superarlo para poder seguir con tu vida. A menos que elijas perderte en ella y alimentar tu sufrimiento…

La tristeza se caracteriza por tener muchas aristas y un alto grado de complejidad. Para empezar, considerá que en este estado hay una intensa actividad cerebral, a tal punto que afecta a más de 70, sí, 70 áreas cerebrales relacionadas con el procesamiento del dolor, del conflicto, de lo social, de la memoria, de los mecanismos de recompensa y de la capacidad de atención y que crea un entorno químico que impacta en el cuerpo (de allí que sientas a la tristeza también en el cuerpo). Por eso, te invito a adentrarnos juntos en ella.

Como emoción primaria puede ser:

  • Saludable, ya que te pone en el camino de la superación y el cambio. Entonces, es importante que la reconozcas, la vivas y la expreses para poder aceptar y atravesar la circunstancia que la despierta.
  • No saludable, en el caso que se repita en el tiempo, se enquista como un estado de ánimo que no podés ni afrontar, ni gestionar, pudiendo, por ejemplo, alimentar el pesimismo.
  • Desadaptativa, porque tiene que ver con tu autoestima y tus creencias de merecimiento con respecto a lo que te pasa en la vida y lo que conseguís y recibís. Por eso, puede asociarse, por ejemplo, a la ira, a la culpa, a la vergüenza, al miedo…

¿Y como emoción secundaria?

En este caso, su aparición esconde otra emoción que es la que por algún motivo necesitás camuflar, por ejemplo, la ira y el miedo. A este mecanismo se lo conoce como rebusque emocional  y lo profundizaremos en otro artículo.

Ahora bien, la intensidad de este perderte en lo que perdiste puede desencadenar una serie de escenarios que, si bien se pueden confundir, son completamente diferentes. Por eso, considero que es muy posibilitante para vos aprender a diferenciarlos ya que, al afectar tu estado de ánimo, impactan en tu vivir:

Empezamos por el duelo. Este es un proceso consciente en el que te das cuenta de que algo de vital importancia, motivación e interés se ha ido de tu vida y te sentís expuesto a un estado de vulnerabilidad. Para procesar lo que te está pasando es necesario que te tomes el tiempo para reorganizarte interiormente y te mantengas en un contexto de comprensión y de apoyo.

La nostalgia, en cambio, empaña tu presente porque evocás lo que ya fue, interpretándolo  como positivo, feliz, gozoso, sabiendo que no podés volver ahí. La nostalgia tiene su riesgo: quedarte anclado en el pasado, pensando que fue lo mejor que te pudo pasar y que nada de eso puede tener lugar en tu hoy y en tu mañana.

Ahora bien, cuando la desesperanza generalizada toma el protagonismo, y lo hace por un tiempo prolongado, da lugar a la depresión o estado depresivo. Éste se caracteriza por la falta de comprensión acerca de lo que justifica este estar emocional. Esta particular pérdida de interés en lo vital, producto de la no aceptación o resignación ante la pérdida tiene consecuencias incapacitantes y requiere la asistencia  de profesionales especializados en psicología y psiquiatría.

Mientras que la melancolía, si bien se puede encuadrar como un tipo de depresión, es aún más intensa ya que se caracteriza por sumar autoreproches, pensamientos críticos, insultantes y denigrantes hacia la propia persona con un efecto devastador en la autoestima, que también requiere acompañamiento psicológico y psiquiátrico.

Ni Vos, ni nadie está exento de que en el devenir de la propia vida tengan lugar circunstancias no deseadas vinculadas con la pérdida, con lo que ya no será, con lo que quedó en el pasado y no se puede recuperar. Tomar consciencia de ello te abre la puerta para elaborarlo y transitarlo. Hacerlo te revelará recursos que solo el sano duelo te puede enseñar. Cambiar el foco,  respirar, meditar y sonreir son algunas estrategias para superarlo.

Así como la tristeza puede ser desesperanzadora, también puede ser inspiradora,  por eso, siempre es una llave de lectura con respecto a lo que te está pasando. Aceptarla te permite crecer y fortalecerte, en cambio, interpretarla como un dolor inabordable que genera sufrimiento infinito es el camino para perderte en lo que perdiste

Cuanto mayor sea tu conocimiento sobre tu modo de emocionar, más fácil te será poder individuar tus emociones y gestionarlas.

¿Vos, cómo interpretás tus pérdidas?

2020: La alegría de este inicio

Estamos empezando un nuevo año que, a su vez, empieza una nueva década y, como todo inicio, lo podés empezar con la alegría en el corazón por verlo como una  oportunidad o dejarte llevar por la incertidumbre que te presenta este nuevo ciclo… Vos elegís… vos siempre elegís.

Por eso, quiero invitarte a detener tus pensamientos que alimentan la falta de certezas por lo que todavía no sucedió y no sabés cómo sucederá. Todos esos pensamientos que ya te llevaron al 31-12, ¡pero del 2020!.

Para eso, tomate un respiro… si, un respiro: inhalá profundamente, sentí cómo el aire nuevo llena tus pulmones, retené ese aire y exhalá laaargooo, dándote la posibilidad de cambiar el aire, tu aire…

Y, mientras respirás profundamente, consciente de tu aquí y ahora, te invito a conectar y a expresar tu gratitud hacia todo lo que pudiste aprender, compartir, soltar, abrazar, besar, honrar, alabar, en fin, todo lo vivido… Sentí, entonces, la emoción…

¿Cuál es esa emoción?  Disfrutala y anidala en tu corazón…

Y ahora, te invito nuevamente a inhalar profundamente, a sentir cómo el aire nuevo llena tus pulmones, retenelo y exhalá laaargooo…

Y en este preciso momento y lugar, conectá con lo que para vos es importante, lo que para vos es sagrado, eso que hace que tu vida tenga un sentido para vos, eso por lo que late tu corazón, eso por lo que estás dispuesto, dispuesta, a hacer lo que sea…

Y con tu pecho lleno de aire nuevo, esa visión en tu corazón, sentí… sentí…sentí la emoción que te embarga…

¿Cuál es esa emoción?

Tal vez sea la alegría, la alegría de un nuevo inicio, la alegría de vivir… porque, para mí, la vida, si bien es una sola, se trata de un sinfín de nuevos comienzos, por eso, basta parar, reconocerlos, desplegar las alas y… ¡volver a volar!

Brindo con vos por cada nuevo día de este nuevo año que te auguro sea pródigo de oportunidades, aprendizajes y transformación… chin chin 

Miedo: ¿Protección o cárcel imaginaria?

Como toda emoción básica, el miedo es netamente biológico, fugaz y está al servicio de tu supervivencia, aunque también puede frenar tu evolución… Por eso, vamos a explorarlo para que puedas darte cuenta de cuándo deja de ser una protección ante el peligro real para transformarse en tu propia cárcel imaginaria.

 El miedo es esa sensación de angustia que se produce cuando percibís una amenaza, depende de tus experiencias vividas, de los recursos que tengas o creas tener para evaluar si determinada situación es amenazante y de tu pre-ocupación con respecto a lo que todavía no ocurrió…

Si bien el miedo es universal, ya que vos, al igual que todos los seres vivos, alguna vez has podido sentirlo, también se caracteriza por ser relativo ya que su intensidad depende de cada uno. Es ilógico porque escapa a la razón y porque aun sabiendo que ese miedo es infundado, lo sentís en el cuerpo. Además, es inapropiado, porque pareciera que en nuestra sociedad no se puede reconocer el “tener miedo” y, por último,  como toda emoción, es contagioso, basta con que alguien en determinado lugar sienta miedo para que a quienes estén a su alrededor les pase lo mismo.

El miedo tiene una particularidad, en su forma más básica, tiene que ver con la existencia, se despliega ante situaciones que enfrentás en el vivir y también en la perspectiva del posible morir…

 ¿Qué queremos decir con esto?

Por un lado, el miedo al fracaso, al no aprovechar la propia vida en toda su magnitud impacta en tus niveles de compromiso con el ponerte en acción para conseguir tus sueños, para entablar vínculos duraderos, tiene que ver con el sentirte lo suficientemente competente como para atravesar las exigencias de la vida. Según tu interpretación al respecto, la huida puede ser una salida… pero también puede serlo el ataque, la defensa a ultranza por el miedo a sufrir que, en definitiva,  te priva de la posibilidad de crecer y vivir plenamente

Por otro lado, en cuanto a la necesidad de seguridad y control, que podemos traducir en evitar el riesgo y sus posibles consecuencias,  con respecto a la muerte propia y a la de la gente que querés, se caracteriza por ser extremadamente limitante. Si además, le sumás la resignación, te creás la excusa perfecta para no vivir oportunidades, experiencias y, en definitiva, te replegás de la vida…

De todos modos, no podés dejar de reconocer que, en determinadas circunstancias, el miedo es saludable. ¿Cuándo? Cuando te avisa de una amenaza, una situación de emergencia y  activa los mecanismos de supervivencia, como enunciamos antes de fuga o ataque, entonces, todo tu cuerpo se prepara para esa acción.

Ahora bien,  ¿cuándo creés que no es saludable?

Cuando vivís en una situación de ansiedad continua, cuando tu mente crea amenazas, no tolerás la incertidumbre por lo que podría pasar,  te anticipás a lo que todavía no ocurrió, te vas metiendo de a poco en una jaula de terciopelo con barrotes bien firmes que creés que te protege de todo, aunque no te protege de vos…

Considerado que tu cuerpo no está preparado para soportar altas dosis de adrenalina durante largos períodos de tiempo, es probable que afecte tu salud,  desencadenando estrés crónico, hipertensión, cefaleas, náuseas, mareos, insomnio, problemas de visión temporales, irritabilidad, problemas cardíacos e incremento de la glucosa… Y esto sucede porque el miedo es la emoción que más presión interna produce y la que orgánicamente podés aguantar durante menos tiempo.

Por último, también puede pasar que el miedo te permita ocultar la verdadera emoción que no te permitís sentir, entonces, si bien no hay una amenaza concreta, la inseguridad y la ansiedad por la posibilidad de que, por ejemplo, tu enojo, tristeza, inseguridad o vulnerabilidad puedan dañar tus relaciones con los otros, te da la ilusión de “protegerte” de la inevitable exposición…

Recordá que el miedo no siempre surge ante un peligro real, sino ante “algo” que Vos percibís como tal.

Si querés Volver a Volar, te invito a preguntarte, ¿cómo está tu jaula, hoy?…